viernes, 20 de noviembre de 2009

La cultura escolar responsable del fracaso

Ya en los ochenta existía entre los expertos una clara certeza sobre los resultados del sistema escolar. La evidencia, siempre asociada a los más pobres, reconocía problemas de deserción escolar, repitencia y bajos rendimientos. Por entonces, además de la acción de variables de carácter estructural, que las más de las veces venía a confirmar una tendencia irrefrenable a la reproducción de las desigualdades; desde un prisma centrado en los procesos al interior de los contextos escolares, aparecía con fuerza la necesidad de reconocer los factores constitutivos de la cultura escolar.

Era posible reconocer la comparecencia de una serie de actores y, con ellos, de la dinámica de una serie de procesos que vendrían, en los marcos institucionales a configurar algunos significados primordiales como espacio de un mutuo reconocimiento: Así es posible entender el ejercicio de la autoridad en las escuelas y el ceremonial disciplinario como el principal atributo del orden. Por cierto la ratificación de las jerarquías vendrían a reducir el campo, en lo que atañe al saber, de un ejercicio más democrático y deliberativo; las rigideces se expresan también en las reacciones de complicidad, en que muchas veces el juego de los acuerdos tácitos entre profesores y alumnos vendrían a construir unas ciertas claúsulas de mutuo entendimiento por fuera de la regla, y en reemplazo de los criterios de exigencia y rigor. Son estos modos, y otros tantos, los que han generado una cierta opacidad en las relaciones al interior de las escuelas.

Esta cultura del fracaso, es por cierto reversible, pero no tiene que ver su reconversión con señalar a los responsables y acusarlos de una cierta perversidad.

Se trata entre otras cosas de abrir las conversaciones en la escuela. Efectivamente, muchas de estas, las más habituales, se encuentran desgastadas, agotadas en sus significantes y sólo son útiles para comunicar lo ya sabido o bien para evadir la interpelación de los otros.

Construir una nueva cultura escolar apunta al ejercicio de validar la verdad de cada uno de los actores, como primer diagnóstico, anterior a las metas y propósitos, antes que estas se vuelvan meras declaraciones y o exigencias sin la suficiente adhesión.

Para esto ya no es posible el encubrimiento, por ejemplo, de aquellos que instruyen a los alumnos de menos rendimiento para ausentarse de ciertas pruebas.

También es el momento propicio para formularse renovadas preguntas, aquellas que puedan encontrar respuesta efectiva en la existencia de los sujetos en la escuela. La cultura por de pronto se escribe desde estas verdades y en función del reconocimiento de la reciprocidad.

Es este un ejercicio que tienen que implementar aquellas comunidades que sí expresan la necesidad de renovar sus prácticas. Es ésta la mejor inversión que puedan decidir.

Hernán Medina R.
Sociólogo.

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